Pretendo que sea un diario, pero no puedo comprometerme. Siempre digo que, si de verdad quieres conocerme, es mejor que pruebes mi cocina. Pero si no te apetece, no te viene bien o no había hueco el día que querías, al menos puedes venir aquí a escucharme.
El otro día no pude evitar escuchar la conversación de una pareja que había a mi lado. “Coleccionismo de experiencias” fue el término que captó mi atención. Hablaban de cómo éramos obligados a consumir de manera frívola e incluso narcisista, obligados por la sociedad a hacerlo de puntillas sin entender nada. Y esto me hizo pensar.
Pensé en la alta exigencia que supone lo que hacemos y cómo muchas veces perdemos el horizonte. Pensé en cómo nos atrapa la búsqueda de la excelencia, navegando entre complicaciones y combinaciones que rozan lo imposible, mientras dejamos que la esencia de lo simple amenace con marcharse y finalmente atraviese la puerta.
Esto es lo que no debería suceder nunca. Porque fue esa simplicidad la que despertó al niño que consiguió todo lo que vino después. Fue esa simplicidad de cocinar sin tiempos, sin reloj, sin exigencias, sin grandes pretensiones, esa que marca las recetas de siempre, las que te hacen disfrutar y querer más. Lo de siempre, lo de toda la vida, lo que a todos nos gusta comer y a mí más aún cocinar: una ensaladilla, una tortilla, unas croquetas… Eso no es más que aquello que me hace reencontrarme conmigo mismo. Es esa satisfacción con la que me reencuentro cuando miro de cara a los fogones y me reto, a deleitarme con lo que hago sin imposiciones. Y entonces nace una experiencia que sí merece la pena coleccionar.
Yorumlar